Italia, 1983. Un adolescente y un treintañero extranjero se enamoran. Parece una historia sin fin, de esas predestinadas por el caprichoso destino. El espectador, treinta y cinco años después del momento en el que se sitúa la película, no está preparado para ver cómo una relación no prospera por el simple hecho de ser una utopía, algo que no está dentro de las normas de la sociedad italiana del momento.
Los padres del adolescente Elio, lo saben. Primero la madre actúa de forma comprensiva con él, como dando por hecho que puede que le guste el atractivo treintañero a su hijo. Hacia el final de la película será el padre quien, quizás porque estamos mal acostumbrados y esperábamos una reprimenda, tenga una entrañable charla con Elio. Le dice que en su día, cuando era joven y la pasión de la juventud latía fuerte, tuvo una historia de amor con un amigo que no llegó a nada por el miedo de ambos. El padre echa la vista atrás ahora y se da cuenta de que aquello fue una historia de amor perdida en el pasado, pero no olvidada.
La historia transcurre a un ritmo lento, y destacan varios planos largos, como el plano final de Elio mirando al fuego sin verlo en realidad. El espectador acompaña a Elio mientras mira el fuego, en su cara se refleja la tristeza, pero también de alguna forma la alegría de saber que, a fin de cuentas, tiene toda la vida por delante. Es una historia que conmueve por su realismo y el reflejo de esa homosexualidad silenciada durante tantos y tantos años. En Twitter mucha gente coincidía en que había quedado consternada y con rabia por la impotencia de que los prejuicios no hayan dejado prosperar muchas relaciones de amor.
Esa actitud de hombre conquistador frío y a la vez pasional que muestra de sí mismo el estudiante estadounidense es un fiel reflejo de la sociedad de la época, que aunque empezaba a despertar, aún negaba la homosexualidad. Oliver, que así se llama, reniega de sí mismo con una personalidad escapista y seductora, que pasa por la vida de puntillas. La historia con Elio nunca llegaría a más por sus propios prejuicios y Oliver lo vive intensamente como un amor de verano. Elio sabe que entre los dos hay algo fuerte y que no hay nada más porque no son hombre y mujer, por lo que ni se plantean una relación. Tendrían que estar “en el armario” para disfrutar y ese precio casi nadie estaba dispuesto a pagarlo.
Pero lo bonito de esta historia es, quizás, el hecho de que el amor prohibido siempre ha triunfado en la literatura, en el cine e incluso en la vida real. La película se sitúa en el norte de Italia hace treinta y cinco años y solo hace dos años que es legal el matrimonio homosexual en ese país. Más allá del encanto que puedan llegar a tener los amores imposibles, por aquello de la pasión desatada, es una pena para el espectador el hermetismo con el que se trataba y se sigue tratando en muchos lugares la homosexualidad. El amor no entiende de prejuicios ni normas, es el ser humano el que se empeña en complicarlo todo.