¿Cómo estás? Hace mucho tiempo que no nos pensamos. Creo que la última vez fue en sueños, cuando me miraste y me dijiste que no pasaba nada, que todo estaba bien, que no me preocupase por ti. Sí, yo y mis miedos. Pero ya ves, tenías que ser tú, mi adolescente, quien, después de tanto tiempo, me dijese que abandonase el miedo de una vez. Porque el miedo se mete dentro y te engaña. Y cuando dejas de tener miedo te olvidas porque te has acostumbrado a vivir con miedo y piensas que no hay otra forma de vivir.
Pero sabes que te digo: Saluda a tu miedo, reconócelo, forma parte de tu ser. Como la alegría y el amor. Nómbralo, y déjalo marchar. Volverá, pero recuerda lo que tú mismo me dijiste: Todo está bien.
Estos días he vuelto al pueblo de tu infancia. A sus calles tranquilas. A su montaña. Esa montaña que siempre nos daba paz, a la que solías huir en los días más duros. La que sabía tu secreto. La que compartía tus sueños. La que desde el horizonte, al atardecer, cuando la luz violácea del sol marcaba la silueta de la cima, cubierta de pinos, te decía que todo saldría bien. Y no se equivocó. Todavía hoy la montaña me acompaña, y ya no vivo en la ciudad (que nos abrió las puertas al mundo durante tantos años).
Sabes lo que recuerdo de aquellos años, las prisas porque todo pasara, porque encontrara ese lugar en el que compartir mi alma con almas gemelas. Bueno, también las risas y bailar los sábados en la disco del pueblo. La música me sigue acompañando. A veces bailo en casa, y me encanta descubrir grupos nuevos como cuando vivía en ti. Y los comparto con mi novio, y con mis sobrinas, y cuando bailo con los hijos de mis amigas.
Las amigas, los amigos. Las almas gemelas. Ya lo teníamos claro. La red afectiva: amar sin nombres ni géneros ni normas ni leyes. Amar con sexo y sin sexo. Con pareja o sin pareja. Sí, fue entonces, cuando vivía en ti, que descubrí lo importante que era la amistad en la vida, la verdadera, la de compartir la intimidad, la de la escucha sin juicios. Sí, entonces las alas empezaban a crecer. Ya no necesitabas soñar que volabas porque podías volar con tus amigas. Con los amigos era más difícil, siempre apresados en la masculinidad, con miedo a la intimidad. Porque no olvides que ellos también tienen miedo. Y que los más feroces defensores de la moral patriarcal y heterosexual tienen miedo pero no lo reconocen, por eso tratan de imponer su moral. Por eso es tan importante reconocer el miedo.
Ay, los libros. Tú empezaste a buscarte en los libros y ahora seguimos leyendo. Sí, era más fácil leer que vivir (aunque leyendo también vives, que nos lo digan a nosotros, ¿eh?). Con el tiempo dejé de buscar justificaciones en los libros para lanzarme a la vida, con prudencia, pero con ansia. Ansia de amar, de poner la carne y el placer. Ansia de ser yo, sin más, sin miedo. Y ansia de diversión, de risas.
Ya sé que hay días en que te odias a ti mismo por ser como eres, porque nadie en tu familia te reconoce. Pero con la familia siempre es un poco raro. Escondes tu yo más real para evitar el conflicto. Luego te darás cuenta que ellos también son personas que como tú necesitan su tiempo. Porque vivimos en una sociedad que durante siglos nos ha impuesto cómo tenemos que relacionarnos (con la fórmula de camaradería entre hombres, envidia entre mujeres, y el amor carnal entre hombre y mujer), pero se tiene que acabar. Y al final quién te ama te acompañará y quién no, no merece la pena.
Un día llegarás a tu pueblo acompañado de tu pareja. Sí, dos gais paseando por las calles tranquilas de nuestro pueblo. Tomando una cerveza con los amigos de toda la vida. Durmiendo en casa de tu mejor amiga. Comiendo con tu familia. Resulta que, aunque no lo pareciese entonces, quieren que seas feliz, como tú también quieres que ellos lo sean.
No acabaría nunca esta carta, pero te la debía desde el día que viniste a visitarme en sueños. Te agradezco muchísimo aquella visita, te agradezco muchísimo que me recordases que todavía habitas en mí, porque tú eres yo: Aquel niño, no tan niño, que, mientras miraba hacia el horizonte, me sonreía en sueños. Aquel adolescente que cuando abrí la boca para decirle que estuviese tranquilo, que todo iba a ir bien, me miró, con ojos llenos de ternura, y no me dejó hablar. No necesitaba mi protección, porque todo mejora. Sí, todo mejorará.
Un placer saber de ti. Siempre tuyo.