Durante estos años de activismo, he podido conocer la historia de muchas personas del colectivo LGTBIQ+ en sus procesos de autoafirmación y de esa salida del armario a la que se nos somete todavía, casi como un ritual de sanación y de liberación, por parte de una sociedad que, si bien ha dado pasos de gigante, todavía mantiene una construcción binaria de géneros (hombre-mujer) y una visión que presupone la heterosexualidad de todas las personas hasta que no se diga lo contrario.
Mientras escribo la última frase del párrafo anterior me resuena en la cabeza que esa es una posición bastante infantil y simplista ante la diversidad individual, pero no voy a entrar allí. Solo quería comentarlo…
Este panorama explica en gran parte la problemática de los personajes de muchas obras de la literatura LGTBIQ+ que, ante una sociedad en cierto modo hostil, ocultan sus sentimientos para encajar en esa normalidad impuesta y subjetiva. Y los de El tercer lobo, de Francisco Javier Olivas, no están fuera de esa realidad.
Pedro y José María, dos hombres a quienes la vida les separa más que les une –lo que permite que la novela sea apta para distintas edades y experiencias–, han construido a su alrededor una densa barrera que evita la exposición, pero que les impide crecer más allá de sus miedos que, en formas oníricas o nerviosas, amenazan los cimientos de sus murallas defensivas al punto de llevarlos al límite de sus emociones, donde el principal enemigo no está fuera, sino que es la homofobia autoinfligida que arrastran y que les paraliza.
Los distintos entornos familiares, en ambos casos disfuncionales e incapaces de contener y abrazar; la situación económica, la edad, las experiencias vitales, los caminos escogidos y el objeto del deseo, permiten dibujar dos realidades distantes, imagino que queriendo demostrar que estas vivencias no tienen que ser idénticas para ser compartidas. Al final, el escenario no es más que el espacio físico donde nuestros sentimientos se materializan o se ocultan.
A través de unas terapias cargadas de simbolismos y mucha negación, ambos emprenden el camino hacia el encuentro de sí mismos, sin saber realmente cuál es el destino que les espera. En estas sesiones es donde empiezan a ver la luz de sus propios miedos, pero donde también comprenden el valor de las relaciones humanas, del amor y de la aceptación.
La primera novela de Fran, en la que muchos podremos encontrar momentos compartidos y sensaciones similares, tiene mucho de viaje iniciático para quienes hemos tenido experiencias de homofobia interiorizada o para quienes hemos vivido adolescencias y ritos de iniciación tardíos, y todo eso sobre una suave línea de suspenso muy secundaria que ayuda a mantener la unidad narrativa, pero que no opaca ni suaviza la intencionalidad del autor: abordar los temas que nos afectan y nos preocupan.
Así, la frase que da título a esta reseña precisamente resume el sufrimiento que podemos generarnos. El enemigo, si bien está construido y alimentado por factores externos (sociales, culturales, religiosos, etc.), generalmente vive en nuestro interior. Y sacarlo de ahí solo es posible con visibilidad y con la naturalización de la diversidad, de la diferencia. El día que seamos capaces de entenderlo como sociedad, esos lobos seguramente se extinguirán.
Por Tomás Loyola Barberis