Laura me llamó la atención desde el primer momento que la vi. Me flipó. Llevaba zapatos negros de cordones, una camiseta blanca, unos vaqueros y una camisa negra abierta que le quedaba genial.
-Esa chica tiene mucho “rollo”- pensé.
Nuestra primera conversación no duró mucho, pero fue suficiente para querer saberlo todo sobre ella.
Conocí a Laura gracias a Bruno, mi perro. Ella estaba sentada en un banco del parque del barrio y él fue corriendo en su dirección, se plantó delante de su cara y le puso las patitas en las rodillas.
¡Madre mía! – pensé mientras veía semejante escena a unos metros de distancia – ¡Qué suerte tiene Bruno por estar tan cerca de ella!
Me apresuré corriendo hasta donde se encontraban ambos cuando me di cuenta de que Laura tenía unos cascos puestos.
-Umm, no, su cara no me suena de nada- hablé para mí.
– Perdona, eh, es que Bruno es un poco pesado – dije jadeando por la falta de aire.
– ¿Te llamas Bruno? Me encanta tu nombre – dijo la chica misteriosa mientras le miraba a él con una sonrisa. – ¿Hola?, ¡estoy aquí! – pensé mientras trataba de hacerle llegar el mensaje de una manera telepática -A mí me encantas tú-.
– Y tú, ¿cómo te llamas? – Por fin aquella chica me preguntaba algo a mí. Respondí rápido – ¿Yo?, Ana, ¿y tú?
– Laura, pero mis amigos me llaman Lau.
– ¿Qué escuchas, Lau?
– No creo que lo vayas a conocer, escucho música clásica… ¡Vaya boomer!, vas a pensar. Toco el violín y, hasta que llegó este perrete tan mono, estaba estudiando – Además de guapa y simpática, tocaba el violín. Nota mental: esta chica me interesa.
Me quedé con la boca abierta y con cara de tonta. Retiré a Bruno con cuidado y me senté a su lado en el banco. Seguí hablando en plan distraída para disimular lo nerviosa que me ponía estar tan próxima a ella.
-Igual sí lo conozco, quién sabe… Venga, dime qué escuchas, ¿puedo? – pregunté señalando sus cascos. Laura iba a dármelos, pero yo fui más rápida y acerqué la cabeza para que fuera ella quien me los pusiera. Se acercó a mí y me los colocó con delicadeza – ¡Qué bien huele! – pensé.
Durante aquellos minutos ni me moví, aunque mi pierna derecha empezó a moverse sola. Yo intenté pararla con la mano para que no se diera cuenta. Viéndola más de cerca me di cuenta de que sus ojos eran de un azul precioso. Me quedé quieta escuchando su música y puse cara de interesante. Lo cierto es que no tenía ni idea de lo que estaba escuchando cuando Laura por fin dijo:
– Es Vivaldi.
– ¿Quién? – A lo mejor era un cantante nuevo, pero ese nombre no me sonaba de nada. Qué “bro, momento”. Yo no quería que Laura pensara que yo no sabía quién era, así que iba a cambiar de tema, cuando, sonriéndome, dijo:
-No te preocupes, casi nadie lo sabe, no es muy conocido.
Acerqué la cabeza para que me quitara los cascos y eso fue justo lo que hizo, no hizo falta decirle nada. Qué guapa estaba con su pelo revuelto y con qué suavidad me quitó los cascos. Sentí un escalofrío cuando sus dedos rozaron mis orejas. Me imaginé que mi cabeza era un violín y hasta cerré los ojos unos segundos, pero tenía que sacar otro tema de conversación rápidamente porque el de la música ya no valía.
– Y tú, ¿no tienes mascota? – pregunté.
– Qué va, qué más quisiera, lo único que me dejan tener mis padres es una tortuga- dijo suspirando. Era la primera vez que había cambiado el gesto en todo ese tiempo. La entristecí con la pregunta tan idiota que acababa de hacer y tenía que arreglarlo.
– Tú por eso no te preocupes, Laura, cuando quieras te presto a Bruno. Mejor dicho, quedamos y te vienes a dar una vuelta conmigo y con él, ¿vale? Le has caído genial, bueno, nos has caído genial – me atreví a decir. La excusa de vernos para pasear a Bruno era perfecta, aunque como Laura es muy lista, se dio cuenta de que estaba proponiéndole quedar otra vez y también disimuló.
– ¿En serio?
– Claro- afirmé con decisión- Por cierto, no me suenas, ¿vives por aquí?
– Más o menos. Nos hemos mudado hace unas semanas y hoy es la primera vez que vengo a este parque.
– Pues… si quieres, podemos quedar mañana.
– Genial, Ana. Ahora tengo que irme. ¿Nos vemos mañana a la misma hora?
– ¿Ya? – pensé y asentí con cierta tristeza mientras Laura llenó de besos a Bruno antes de marcharse. A mí me dio otros dos. Tenía que seguir conociéndola como fuera. Y ahí nos quedamos Bruno y yo viendo cómo se alejaba con sus cascos puestos y moviendo los brazos como si tocara el violín. Nos fuimos a casa y me pasé el resto de la tarde en mi habitación. No podía parar de pensar en Laura, recorrí mil veces su imagen, desde sus zapatos hasta su pelo corto y revuelto.
El día siguiente llegó. Me fui con Bruno al parque media hora antes de lo que habíamos acordado porque no podía parar en casa. Me había pasado toda la mañana pensando qué iba a ponerme e imaginándome a Laura con su violín, tocando para mí en el parque mientras yo aplaudía como una loca.
Pasó media hora, se hizo la hora de nuestro encuentro y Lau no llegaba. Yo estaba muy nerviosa, no podía ni quería creer que Laura fuese a faltar a nuestra “cita”. Bruno y yo estuvimos una hora esperando a que apareciera sin éxito. Como no venía, me levanté del banco y me fui para mi casa con la cabeza mirando al suelo y dando patadas al aire de la rabia que tenía. No tenía su teléfono y no sabía dónde vivía así que, a lo mejor, no volveríamos a vernos.
Llevábamos un rato andando cuando escuché que alguien me llamaba a lo lejos, me giré y vi que Laura venía corriendo detrás de nosotros. Según se iba acercando noté cómo mi cara cambiaba totalmente y cómo mi corazón comenzaba a latir más rápido. Bruno se tiró hacia ella como un loco. Laura estaba súper roja de tanto correr y cuando por fin estuvo delante de mí se agachó porque venía sin aliento.
– Lo siento mucho, Ana. Tuve que salir más tarde de casa y pensé que os habríais ido, como no tengo tu número de teléfono no pude avisarte, ¡menos mal que todavía estabais por aquí!
– No te preocupes, eso no va a volver a pasar. Así que, antes que nada, nos damos los teléfonos, ¿vale?
– ¡Vale!
– Por cierto, ¿cómo se llamaba el “tío” ese que escuchabas ayer? – Laura empezó a reírse por la pregunta tan tonta que le hice. Lo pregunté solamente porque sabía que se reiría.
– Vi-val-di…. – contestó pronunciándolo muy despacio
– Ya sabía yo que su nombre acababa en “i”.
Laura se sentó en la hierba, yo me senté a su lado y Bruno se puso entre las dos. En un momento dado, nos pusimos a acariciarlo y nuestras manos se rozaron por primera vez. A pesar del “encontronazo” yo quería dejar mi mano ahí para siempre así que no la moví. Laura correspondió aquel gesto y estuvimos así un rato sin tan siquiera ser capaces de mirarnos. Después de aquello Laura movió ficha y puso su mano al completo sobre la mía mientras me acariciaba muy despacio. Entonces, dejándome llevar, apoyé mi cabeza en su hombro. Seguía oliendo igual de bien o mejor que la primera vez.