Aún recuerdo cómo, siendo pequeño, trataba de ser masculino constantemente. Por suerte era muy curioso y me apuntaba a un bombardeo y con esto quiero decir que no lo pasé mal, me hice fuerte. Me sentía invencible, fuerte mentalmente como para no descubrir mi verdadero yo a aquellos malotes del colegio. Salí del armario a los veintipocos, pero en realidad siempre me he sentido diferente a los demás niños que me rodeaban.
Desde que tengo uso de razón recuerdo tener que disimular que me apeteciera también probar las cosas con las que jugaban las niñas, me apetecía más jugar a la comba que al fútbol. Era muy buen estudiante y también intentaba caer bien a todos para tener amigos hasta en el infierno… me fue bien, o eso creía hasta hace poco.
Con los años he ido descubriendo que tenía una coraza, que nunca le dije a nadie todo lo que pensaba, creí que lo normal era tener secretos y que si yo era gay cualquiera podría serlo y no decir nada. Eran tiempos en los que ser gay no era normal, aunque desgraciadamente sigue habiendo mucha gente que piensa que es una desviación.
Desde que España se sumó a los países que han legalizado el matrimonio homosexual tenemos unos derechos y una ley que nos ampara ante cualquier discriminación. Pero la realidad es que no se puede demostrar tan fácil e incluso hoy aún tengo que callarme y evitar hablar de mi sexualidad. Hay mucho machote y personas intolerantes –de cualquier género– en el mundo laboral que pueden hacer que no seas bien acogido en una empresa y entonces vuelvo atrás, a esa etapa del colegio en la que tenía que omitir que no me gustaba el fútbol.
Con los años fui comprendiendo que mi rechazo a la pluma era una cuestión de prejuicios inconscientes. A mí no me atraía la pluma, creía sin más, pero lo que me pasaba realmente era que tenía prejuicios y que pensaba que yo era un gay diferente. Fue negativo, porque estos prejuicios me llevaron a aislarme del mundo gay, de los sitios de ambiente e incluso de otros gais. Hubo una etapa, al principio, en la que decía que era bisexual, para que no fuese tan brusco el cambio, porque, aunque yo siguiera siendo el mismo, sentía que tenía que dar explicaciones a todo el mundo y preparar respuestas para los que me dijeran que no se me notaba.
Perdí fuerza y esto se debió a que dejé de confiar en mí mismo y a que, de alguna manera, creía que la gente ya no me admiraba porque ya no teníamos tanto en común. Me he pasado media vida adaptándome a los demás e intentando agradar a todos para encajar en su mundo. Me fue bien con los demás hasta que dejó de irme bien conmigo mismo. A pesar de salir del armario al fin también para mi familia, a los 25, y no tener ningún tipo de problema con ella, algo había cambiado en mí.
Conocí a un chico unos años mayor, totalmente desinhibido y sin prejuicios ni complejos, que me dejó al poco tiempo de conocerme, porque decía que no quería ir hacia atrás, que quería disfrutar de su sexualidad. Yo me quedé traumatizado ya que me sentía culpable por no haber dado lo mejor de mí por mis miedos al qué dirán. Por primera vez en mi vida, alguien a quien quería me dejaba. Y lo peor de todo era que la pluma había desaparecido, me gustaba mucho su forma de ser, era una persona muy generosa y con carisma. No había desaparecido, sino que había aprendido a amar con el corazón.
A raíz de esta relación, dejé de intentar gustar tanto a los demás y empecé a intentar gustarme a mí mismo. Me alegro de haber superado mis prejuicios, ya pagué mi precio por ellos e hice mi catarsis.
Lo ideal es mostrar al mundo la mejor versión de ti mismo y esto se logra paulatinamente, con los años, es un trabajo de fondo. Cuando antes empieces, más pronto serás quien quieras ser. It gets better!