El relato de Elena: Una pregunta sin respuesta
«Mamá, ¿por qué no puedo ser una chica?» En el momento en que mi hijo pronunció esas palabras me di cuenta de que mi vida y la de nuestra familia nunca volvería a ser la misma. Lo dijo con una confianza y determinación que no es común en niños de 5 años, y con un fuego en sus ojos que me convenció de que aquello no se trataba de una fase de su infancia, sino de una pregunta que rondaba en su mente desde hacía ya tiempo, y para la que ni él ni yo teníamos respuesta.
Un inicio fácil
Inmediatamente me puse en contacto con una asociación de pro-derechos LGTB en España. A través de ellos tuve la oportunidad de conocer a otra madre, Violeta, que estaba pasando por la misma situación. Violeta era una mujer sabia y reflexiva en su vida como activista, pero también una madre tierna y protectora. Me contó que había pasado por lo mismo que estaba pasando yo, y me felicitó por ser suficientemente honesta y valiente para no tomar la salida fácil de mirar para otro lado, como muchas madres hacían. Por ello, se tomó mi caso a un nivel muy personal. Ella me animó a ponerme en contacto con Nuria, una psicóloga en nuestra ciudad, Madrid. Esta, tras examinar a mi hija durante varias sesiones, confirmó finalmente que nuestra experiencia era un caso seguro de una chica transexual, “la más clara que he visto en lo que llevo como psicóloga, y no son pocos años”. Nos recomendó dirigirnos a ella en femenino a partir de entonces y nos auguró que no tardaría mucho en pedirnos cambiar totalmente su rol social al de una niña.
Mi siguiente paso fue una reunión con la directora de la escuela. Violeta insistió en venir conmigo, pero yo preferí reunirme a solas en un contexto más informal y amable. Se lo comenté a Violeta, quien aceptó a regañadientes. La directora se mostró cordial y comprensiva. Tras ver el informe psicológico, nos ofreció su total disponibilidad para lo que hiciera falta y nos dijo que nos ayudaría a convencer a la escuela para continuar con la inserción de mi hija como chica. ¡Parecía que todo iba sobre ruedas!
Solo los peces muertos sigue la corriente
En ese momento, mi hija todavía estaba asistiendo a la escuela con ropa de chico. Pero, después de las vacaciones de Navidad, se negó a seguir vistiendo así: lloraba y pedía cada mañana que la dejáramos vestirse como las otras chicas. Fue muy duro verla luchar por su identidad y yo, como madre, sufrí con ella porque entendía la represión a la que se veía sometida. Por esa razón, dos meses después de nuestro primer encuentro, me decidí a reunirme de nuevo con la directora con la excusa de que me pusiera al día sobre cómo iban las negociaciones con la escuela. Pero cuál fue mi sorpresa cuando me di cuenta que durante todo ese tiempo apenas se había hecho nada: la directora no informó a los profesores, ni al tutor, ni al consejo y la escuela ni siquiera había trazado un plan para integrar a mi niña al ambiente escolar. De hecho tuve la impresión de que no tenían en mente hacerlo.
Me sentí frustrada por haber dejado que el tiempo pasara en vano y haber permitido que mi hija siguiera sufriendo para nada. «Te lo dije, yo debería haber ido contigo», me dijo Violeta, y trató de convencerme para tomar medidas más duras. Pero yo todavía tenía la esperanza que las cosas se podrían hacer de forma pacífica y agradable para ambas partes, por lo que me mantuve firme. Pensé que, en esta ocasión, Nuria sería una aliada más valiosa que Violeta, ya que nadie como ella podría convencer con argumentos profesionales a la directora de la conveniencia de esos cambios.
Llamé a Nuria y fuimos juntas a hablar con la directora. Era ya mi tercera reunión con ella. A diferencia de las otras ocasiones, esta vez el jefe de estudios también estaba allí. De forma calmada y lo más educada que pude, les explique que mi hija estaba sufriendo en vano y que ellos habían tenido tiempo suficiente para elaborar un plan sobre como hacer la transición del rol social de mi niña. Un tiempo que malgastaron no haciendo absolutamente nada y, por ello, había tomado la decisión de que mi hija iba a ir a la escuela a partir de entonces vestida como le correspondía, o sea como una niña más.
En sus caras pude ver que nunca habían esperado que un día como ese fuera a llegar, probablemente pensaran que todo había sido un estado temporal del desarrollo de mi hija o la imaginación de una madre exagerada. ¡Quién sabe y a quién le importa! Al día siguiente, mi hija fue a la escuela vestida con una hermosa falda, medias y zapatos de niña, ¡yo no la había visto tan feliz en años! Ella sonreía todo el tiempo. Cuando llegó a la escuela, Nuria nos recibió y la llevó a su clase, allí la maestra echó una mirada feroz a mi niña y se me acercó para preguntarme «¿esto es alguna broma?». En ese momento vi todo mi esfuerzo chocar contra una pared de hormigón: aunque fuera aceptada por la directora y los demás chicos, ¿cómo iba a asistir a una clase donde la profesora no respetaba su identidad? Me quedé allí tratando de controlar mi rabia, sin saber bien como responder, pero entonces Nuria, que había oído el comentario de la maestra espetó “ella es una niña y se vestirá como las otras niñas, y si usted está dispuesta a ser la primera persona en esta escuela que va a discriminar una niña por su identidad sexual, por favor dígalo ahora». La profesora mostró una mezcla de sorpresa y miedo en su rostro y, entendiendo que había dicho algo totalmente inapropiado, se disculpó tímidamente para, acto seguido y como si nada hubiera pasado, empezar su clase con el acostumbrado «buenos días niños» de cada mañana.
Después de ese primer día, la escuela decidió permitir que mi hija se vistiese como una chica y, lo más importante, se referirían a ella con su nuevo nombre: Elena. También acordaron que podría usar los baños de las niñas, pero solo en determinados momentos. Ese punto me sonaba un poco discriminatorio, pero Nuria me aconsejó que lo aceptase, pues entendía que la escuela ya había dado un paso de gigante.
Contrastando radicalmente con el tumulto creado entre los adultos del colegio, los niños de la escuela, tras el impacto inicial, apenas se inmutaron por todo el asunto.
Los secretos desvelados
La escuela celebra reuniones con todos los padres de alumnos de una misma clase cada tres meses. La última reunión del año escolar se acercaba y Nuria pensó que sería una buena oportunidad para que los otros padres supieran sobre Elena. Así que insistió hasta que la directora, no de muy buena gana, aceptó dejarme dar un breve discurso para explicar al resto de padres nuestra experiencia. Yo imaginaba que los otros padres habrían oído algo de boca de sus hijos, pero, aun así, la idea de tener que enfrentarme a los demás padres en una reunión en la escuela nunca me pasó por la mente, y debo confesar que me asustaba muchísimo. Había estado tan ocupada negociando con la directora y demás profesores de la escuela, que no me lo había planteado, y ahora era otra batalla que librar. Me pidieron que durante el discurso hiciera gran énfasis en el hecho de que recibía apoyo de psicólogos y médicos, así las otras mamás y papás podrían entender y aceptar más fácilmente a Elena.
La presión era enorme, toda nuestra lucha podría derrumbarse como un castillo de naipes si no conseguía expresarme con suficiente elocuencia y persuasión, si mi voz temblaba demasiado o si algún padre intolerante empezaba a hacerme preguntas incómodas. Pero luego pensé en Elena, y la fuerza y la determinación con la que nos había dicho a mi esposo y a mí que ella era una niña, y su confianza en sí misma cuando se vistió como tal en su primer día de escuela como niña. Me acerqué a la tarima sintiendo los ojos de todos aquellos padres clavados en mí. Pero alcé la mirada, les miré a la cara y solté el discurso que había ensayado en mi mente una y mil veces en la última semana. «¿Alguna pregunta?», dijo la directora. No hubo preguntas. No hubo comentarios. No hubo expresiones de desconcierto de los padres. Yo estaba lista para todo tipo de comentarios desagradables, expresiones de incomodidad, pero no lo estaba para el gélido silencio que invadió la habitación en lo que me parecieron interminables segundos.
En ese momento, un profundo sentimiento de fracaso se apoderó de mí, me sentí como si toda la lucha hubiera sido inútil y que Elena, gracias a mí, nunca sería vista como una de las demás niña de su clase. Sólo quería ir a casa, cerrar los ojos e imaginar que nada de eso había sucedido. Pero entonces ocurrió algo completamente inesperado: todos los padres, casi al unísono, comenzaron a aplaudir, algunos de ellos incluso se pusieron en pie. Yo no podía creérmelo y tuve que hacer un gran esfuerzo para controlarme y no romper a llorar en frente de todos. La reunión terminó en ese punto y, cuando salía de la habitación, alguien me agarró del brazo. Era otra madre, cuyo rostro me sonaba de otras reuniones. Ella me dijo que yo era la persona más valiente que jamás había conocido. Y con ella llegó otra diciéndome lo orgullosa que debía de estar de una niña tan valiente y especial como Elena, y un padre me pidió que la llevase a la fiesta de cumpleaños de su hijo, que era la semana próxima. Una persona tras otra compartieron conmigo breves frases de apoyo. Un año ha pasado desde aquel día y todavía me emociono cuando recuerdo esa reunión.
Un abrasador verano llego a Madrid y con él dos largos meses de vacaciones escolares. Con las tormentas veraniegas que anuncian el fin de la estación, llego septiembre y, con él, el nuevo año escolar, el cual tampoco estaría ausente de relámpagos y truenos. El nuevo curso sería un nuevo comienzo en la vida de Elena. Y también traería un cambio muy importante para ella: ¡la escuela le permitiría usar el baño de las niñas!
Tormentas de verano
Todo estaba funcionando sin problemas y Elena estaba contenta de estar de regreso a la escuela después de las vacaciones de verano. A menudo hablaba de lo guay que era usar el aseo de niñas, pero luego, un día, mencionó algo que me pilló por sorpresa: «Me muero de ganas de poder ir a los baños junto con las otras chicas». Le pregunté qué quería decir, si se refería a que ella iba siempre sola al aseo y ella respondió que los maestros la dejaban salir 10 minutos antes para que pudiera usar los baños antes de que los otros niños terminasen las clases. Ella me dijo que los profesores no permitían que fuera durante los descansos, «pero no me importa, porque las otras chicas me cuelan, así que me uno a ellas y soy una más».
Eso me resultó muy frustrante: la escuela había roto el acuerdo. En la rabia del momento, se me ocurrió que no había estado exigiendo con suficiente dureza los derechos de mi hija, por lo que de ahora en adelante me iban a escuchar. Esta vez iba a hacerlo muy en serio. «Violeta, la escuela ha roto el acuerdo con respecto a dejar que Elena utilizara los baños de las chicas. ¿Me harías el favor de venir conmigo a hablar con la directora?”. La madre activista estuvo de acuerdo conmigo en lo insultante que había sido la actitud de la escuela y dijo que con mucho gusto iría conmigo para “poner a esos retrógrados en su lugar». Pero tan pronto como colgamos el teléfono, se apoderó de mi la sensación de que había cometido un gran error. Si bien la mezcla de psicología profesional y escuela resultó prometedora cuando fui a ver a la directora con Nuria, me daba la impresión de que el cóctel activismo y escuela no daría el mismo fruto. Y mi sospecha se confirmó el día de la reunión con la directora, quien había mostrado una actitud amable y cortes hacia nosotros desde el principio.
Sin embargo, al presentarle a Violeta como madre de menor transexual y representante de padres y madres de menores transexuales en una asociación activista pro derechos LGTB, la reacción de la directora fue ponerse a la defensiva de una forma que rozaba el ridículo. Violeta iba con la intención de dar apoyo e información, en cambio la directora se sintió amenazada y nos dijo que ya habían sido lo suficientemente tolerantes, y que todo tenía sus límites. Por lo que desde ese momento, Elena utilizaría de nuevo solo los baños de chicos y ni siquiera podría escribir su nombre femenino en los libros, sino que debía poner el antiguo. Tratamos en vano de hacerla entrar en razón, pero su decisión fue firme.
La gran decisión: ¡nos vamos a la tele!
Sentí que había dado un paso hacia adelante y dos hacia atrás . Elena sería socialmente un niño otra vez. No podría perdonarme haber dejado que otros tomen la iniciativa y participen en las negociaciones que tengo que llevar a cabo yo misma por la vida de mi hija. Me prometí a mi misma que nunca más dejaría la suerte de mi niña en manos de otras personas. Tras mucha reflexión, una idea vino a mi mente: era una situación de una extrema gravedad y mi hija estaba sufriendo mucho, se requería una gran solución así que me dije: «Toñi, lo que tienes que hacer es ir a la televisión y contar la injusticia que estáis viviendo».
Al principio me asaltaron mil dudas y pensé que sería otra decisión equivocada: yo, que había arruinado una negociación fácil con la directora de la escuela y ni siquiera era capaz de convencer a alguien de que una niña tendría que orinar en un baño de chicas, ¿iría a la televisión para contar su historia y ser vista por millones de españoles? Pero entonces pensé en la historia en su contexto: como el bienestar de mi hija dependía de ello, y no hay nada en el mundo que yo no haría por ella, decidí que preferiría la humillación pública en la televisión nacional que echar por tierra el desarrollo de mi hija. Tomé esta decisión a pesar de que todas las personas alrededor mío se opusieran y trataran de convencerme de lo contrario. Pero iba a ser fuerte por mi niña.
Establecí contacto con un programa de denuncia social de la televisión nacional y estuvieron de acuerdo conmigo en hablar sobre mi historia. Elena estaba tan entusiasmada con la idea de que su madre saliera en televisión, que supongo que lo comentaría en el colegio y la noticia se extendió como la pólvora, tanto que terminó por llegar a la directora quien me llamó una noche y me dijo, casi suplicando, que por favor no mencionara el nombre de la escuela ni su nombre ni el de ninguno de los empleados. Pero lo que más me molestó fue que utilizó a los otros niños como argumento, diciendo que tienen derecho a su intimidad. Le contesté que ya había jugado y negado bastante los derechos básicos de mi hija, como para que, a estas alturas, a mi me importara un bledo su escuela, sus profesores o ella misma, y colgué el teléfono.
Pocos días después estaba en un estudio de televisión para explicar la historia de Elena a todo el país. La entrevista fue precedida por un breve video introductorio que contaba con la opinión de algunos expertos en psicología y pedagogía sobre la materia. Yo estaba muy contenta con el resultado, pude explicarlo todo y, a pesar de que no había prometido nada a la directora, decidí no mencionar el nombre de la escuela o cualquier información específica sobre los profesores y demás personas que trabajan allí. Si había aprendido algo durante el anterior año, fue que no es una buena idea ponerse a malas con los demás de forma innecesaria.
Su «nombre anterior»
Después de unos días, la directora me llamó de nuevo. Me dijo que estaba muy agradecida por no haber mencionado su nombre ni el de la escuela en la televisión que entendió, después de ver el programa, que la escuela no había sido del todo justa con Elena. También me dijo que a partir de entonces, Elena sería capaz de usar los baños de las niñas como cualquier otra chica, podría vestirse como quisiera y utilizar su nombre, Elena, en clase. También dijo que la única limitación sería que en los exámenes y los informes de la escuela tendrían que escribir su «nombre anterior», ya que necesitaban una decisión del juez para hacer ese cambio. Así que ahora Elena tenía un nombre de niño «anterior» y una nueva vida como niña que había comenzado hace meses, pero ahora de forma plena, aceptada y disfrutada.
La luz que llevamos dentro
Casi tres años han pasado desde que empezó toda esta aventura y hoy en día Elena es una niña feliz de 7 años.
Desde el día que te dicen que estas embarazada, que un nuevo ser crece enterrado en tu carne, te replanteas la vida y el significado de esta. Entonces deseas darle lo mejor del mundo y trazas en tu imaginación el rumbo que esa personita, que será parte de ti para siempre, va a seguir en la vida.
Cuando Elena nació como niño imaginé su vida como varón, creciendo, jugando con otros niños, forofo del Madrid, teniendo novias, casándose y dándome nietos. Y luego la vida da un derrape y te colocas en un camino que no estaba en tu mapa. En ese momento puedes mirar en otra dirección y hacer ver que el problema no existe, puedes “enderezar” a tu hijo y persuadirle “por su bien” a llevar el tipo de vida que la sociedad considera correcto, o también puedes ser una verdadera madre, como lo fui yo, y escuchar. Y una vez has escuchado, entonces no hablas, no susurras, no pides, ¡no! Nada de eso: entonces chillas como una loba, ruges, arañas, muerdes y peleas por tu hija hasta que el mundo sangre si hace falta. Eso hice yo.
Sé que no podré pelear siempre por Elena, que ella tendrá que enfrentarse a sus propias batallas, a sus fantasmas, a sus oponentes y a sus errores. Pero mi deber es colocarla en la línea de salida y armarla hasta los dientes: enseñarle a correr y a pelear; y, sobre todo, enseñarle a amar la luz que crece dentro de ella.
No sé qué le deparará el futuro y, francamente, tampoco me importa mucho saberlo. Elena crecerá y escribirá su propia historia, y yo estaré a su lado, sentada y escuchando, pero también estaré enterrada en sus genes y viendo la luz que brota de su piel. Y será una luz tan blanca y tan brillante que me llorarán los ojos al mirarla, igualito que me lloraron el día de su nacimiento, cuando la sostuve por primera vez en mis brazos.
IT GETS BETTER…