Ilustrador por una fuerte vocación, Iván García (Oviedo, 1979) está a punto de cumplir 40 años. Él dice que quizás quede un poco ridículo entrar en la sección de #JóvenesArtistas de It Gets Better España, pero después de leer su entrevista, entendemos que su maduro intelecto tiene, a la vez, el corazón de un niño que disfruta con lo que hace, que sueña y que está en permanente actividad creativa. Las cosas de la adultez no le han impedido seguir viendo al mundo desde su particular perspectiva
Autor de “Capitán Eclipse”, una novela gráfica que ha ampliado su universo en otros formatos y estilos, Iván recuerda cómo se dio cuenta de que era gay, cómo salió del armario y cómo vivió algunos episodios en los que si bien encajaba, alguna pieza no estaba en su sitio. Pero fue capaz de seguir, de entender que los problemas, en realidad, eran de los demás y no suyos. Con él hablamos de adolescencia, de familia y, por qué no, de felicidad. ¡Todo mejora!
¿Cómo fue tu infancia y adolescencia?
Pues la verdad es que fui un niño y adolescente muy feliz. Siempre me he movido de forma natural en un punto intermedio que a mi entorno le costaba clasificar, pero no les resultaba del todo incómodo. Jugaba a cosas “de niños”, pero travestía al G.I. Joe porque a mí la que me gustaba era la heroína, y esa no llegaba a las jugueterías españolas. Jugaba con las niñas, pero “masculinizaba” a las muñecas y les ponía metralletas, porque al fin y al cabo mis referentes femeninos eran mujeres fuertes, como la Princesa Leia o Ellen Ripley. En mi casa, para mis padres, la filosofía era que los niños tenían que jugar a lo que les diese la gana. No me condicionaban, aunque el familiar de turno les soltase un “cuidado no te vaya a salir el niño maricón por jugar con su prima a las muñecas”. Para el resto de los niños y niñas era un “juega con nosotras, pero no está interesado en vestidos, peinados o maquillajes, sino en aventureras”, o un “juega con nosotros, pero lo ponemos de portero porque no sabe nada de fútbol, no acierta a dar con el pie y nos da patadas a nosotros en vez de al balón”. Al final era un “juega con niñas, pero no es femenino” y “juega con niños, pero tampoco encaja en comportamientos masculinos”.
¿Sufriste bullying?
Como niño era muy creativo: inventaba juegos y vivía en las nubes, de dos cajas de zapatos construía una nave espacial, mis padres lo aplaudían y era popular tanto entre niños como entre niñas. Seguro que algún “maricón” me gritó alguien en el colegio si me veía con niñas, pero nunca llegué a sufrir acoso o bullying. Esto no evitaba que pasase a mi alrededor. De hecho, a otros niños les pasaba más, a veces a amigos míos. Yo intercedía y les defendía, porque me llevaba bien con los empollones y también con los macarras. Yo era algo bruto y, si había que dar un tortazo, lo daba…, del mismo modo que bajaba al patio a cuidar del pajarito que se había caído del nido por si se lo comía un gato. Me educaron con cariño y empatía, y con cero tolerancia a las injusticias, y eso es lo que yo daba a los demás.
¿Cuándo te diste cuenta de que eras gay? ¿Te costó tiempo asumirlo?
Fue relativamente rápido. Tenía más conflicto con la madurez, entendida como edad adulta, que con la sexualidad: yo era bastante infantil, no pensaba en el futuro ni quería crecer o hacer cosas “de mayores”. Había vivido y sufrido la edad del pavo en mi hermano mayor y para dentro pensaba: “¡Qué pereza! No entiendo nada, ¿te conviertes en otra persona? No quiero crecer y ser tonto”. Así que me pasé la adolescencia siendo un empollón que no hacía otra cosa que leer, jugar al rol con sus amigos, ir a convenciones de cómic, dibujar… Alguna vez íbamos a discotecas y me daba besos con alguna chica. Pensaba que el deseo llegaba con estar enamorado y bobadas así, porque era lo que veía en las películas o leía. Para mí era todo como natural, sin conflicto interno o razonamiento complejo. Lo que pasó luego es que, como xennial, viví la llegada de Internet a una edad relativamente temprana, a principios de la veintena, y eso para mí fue la revolución sexual que no había vivido en la adolescencia. Empiezas a ver cosas, todo se vuelve más gráfico y real, y te encuentras con que tus deseos van por otro lado y además quieres materializarlos cuanto antes. El conflicto para mí no era reconocerme a mí mismo como gay, eso no me supuso drama interno alguno, lo entendí y naturalicé al momento. Mi dilema era moral: no me gustaba la idea de ocultarme o mentir, a esa edad era muy orgulloso, y una doble vida no encajaba el ideal que tenía de mí mismo. Lo veía como una cobardía sin haber sido nunca cobarde, aunque ahora pueda entender que cada caso es un mundo. Pero, para bien o para mal, yo soy de procesos cortos y no necesito mucho tiempo para tomar decisiones y actuar.
¿Cómo saliste del armario? ¿Cómo lo viviste?
Para mi familia siempre había sido un hijo responsable, era tranquilo, sacaba buenas notas, no daba disgustos. No quería que me pudiesen pillar por ahí, dejar una puerta abierta a comentarios de terceros que les pudiesen hacer daño, abrirles la puerta a ellos a acusarme de ser poco honesto o, peor aún, que pensasen que era algo malo al ocultarlo, así que yo mismo provoqué la situación antes siquiera de quedar con ningún hombre. Un día mi madre comentó algo sobre un chico mientras veíamos la tele y yo le respondí: “pues a mí me parece que no está nada mal”. Ella no dijo nada y estuvo rara un par de días. Yo me asusté un poco por su reacción, pero al poco tiempo me terminó diciendo: “mira, me ha dicho tu padre que no tengo por qué preocuparme, porque siempre has sido un chico maduro y responsable, que es lo importante, y que te gusten los hombres no lo es. Que no sea tonta o me ponga triste por una bobada. Yo lo que no quiero es que te hagan daño”. Entendí que a ella la movía el amor, el sentido de protección, y a mi padre, el más puro pragmatismo, pero no había ni homofobia ni rechazo en ningún caso.
¿Cómo lo vivió tu familia, tus amigos, tu entorno, tu trabajo?
Desde entonces todo ha sido natural, en mi familia han conocido a novios y hasta llegaron a firmar en contra de aquella cosa absurda del PP que decía que veníamos de familias desestructuradas. En mi casa, desde que tengo uso de razón, jamás escuché un chiste de maricones. Al contrario, percibía empatía frente a la crueldad. Ellos me educaron a mí en ciertos valores y yo, como hijo gay, les he educado también, conectándoles con otras realidades que no conocían cuando les hablo de activismos, de mis amigas trans o de la suerte que yo he tenido pero que otros no tienen. La cuestión es que ni yo tuve referentes LGTB ni ellos tampoco, pero creo que la empatía y el cariño hicieron que no fuese necesario. La homofobia no es siempre una falta de información, de referentes, de visibilidad, o solo machismo, o es todo eso y más. También es una falta de empatía, un egoísmo feo e infantil que te hace indiferente al dolor ajeno y que implica factores psicológicos, no solo antropológicos. Trabajé varios años por cuenta ajena y sin problema, luego me puse por cuenta propia y tampoco, y mira que he sido autor visiblemente gay desde el primer momento, trabajando con activistas y asociaciones LGTBIQ+. Al no haberme especializado en una cosa nada más, mi público, con los años, se ha vuelto de lo más variado: hombres, mujeres, jóvenes, mayores, sin una predominancia gay o hetero.
¿Qué crees que te aportó salir del armario y/o superar el bullying?
Creo que para mí fue un salto de la adolescencia a la edad adulta, de un día para otro, sin la década intermedia y sin red. Fue como pasar de los 15 a los 30 a nivel mental, aunque saliese y alternase mucho más que en la adolescencia. Pasé de no querer ser adulto a querer ser hombre maduro, treintañero o cuarentón, ¡y solo tenía 22 años! De hecho, mi crisis de los treinta, por llamarlo de algún modo, fue a los 24, y ya no he tenido más, excepto reajustes puntuales. No hubo cambios a nivel familiar o de amigos. No fui más feliz porque infeliz no era, pero sí que mejoró mi relación con el mundo y conmigo mismo.
Al poco de empezar a salir por el ambiente un chico me preguntó: “si pudieses ser hetero, ¿cambiarías?”. Yo le respondí que jamás, que me encantaba ser como era y estar donde estaba. Me preguntabas si era homosexual y yo te respondía con un “yo soy maricón”. Un poco como el Mutant and Proud de los X-men. No solo aceptaba lo que era, sino que lo abrazaba y disfrutaba. No creo que se tratase simplemente del sexo con los hombres: era la idea de no encajar la que me hacía sentir a gusto y en equilibrio. No formar parte de la realidad que te rodea, porque no existes o se te discrimina, te libera para definirte a ti mismo según tus propios términos y no según los que vienen marcados por el entorno, la sociedad o la cultura. Corté el cordón umbilical. La idea de pertenecer a algo me generaba pereza y rechazo, y perdí el miedo a hacer lo que me diese la real gana.
¿En qué más aspectos te afectó?
Eso me ha servido después a muchos niveles vitales, incluso en lo profesional. Creo que me terminé de encontrar a mí mismo, existencialmente hablando, en una tierra de nadie. Y ahí me he quedado desde entonces, incluso cuando me relaciono con otros gays, marikas o whatever (según la época: el mismo perro con distinto collar). Para mí era un estado mental, una forma de ser y pensar. Salía por el ambiente, pero me acababa haciendo más amigo de las que incluso allí eran raras: las modernas, cuando ser moderna era un acto de valor ético-estético con riesgo de paliza, y no solo ponerse determinada ropa que ahora cualquiera se pone; las trans y las travestis, que ni te cuento a lo que se enfrentaban y se siguen enfrentando; los tíos con más pluma y las bolleras con más martillo; el señor al que las twinks rechazan, pero que tenía un montón de sabiduría y experiencia que aportarte; la amiga hetero que era más maricón que nadie y te hacía darte cuenta de que ser maricón no es patrimonio ni homosexual ni masculino, y cuyo sitio está en el ambiente y no entre heteros; o el chico hetero que, por sensibilidad, y porque no había que explicarle nada, estaba más a gusto en un entorno así que en el que le tocaba. Esas eran el tipo de personas que me venían y me siguen viniendo bien como amigos, cada una en una tierra de nadie personal, un no encajar común en donde todas podemos entendernos. Sufras bullying o no, pertenecer a una minoría que sufre opresiones (ni matrimonio ni apenas leyes había por aquel entonces) te hace más sensible al resto de realidades no hegemónicas. En mi caso así fue y así sigue siendo.
Describe por qué ahora eres una persona feliz.
Feliz he sido siempre, pero porque he sido quien quiero ser. Porque me esfuerzo en tener una mente abierta y desprejuiciada que no se cansa de aprender y cuestionarse, porque trato de entender incluso aquello y a aquellos con quienes no estoy de acuerdo, porque leo y estudio lo que me apetece y cuando me apetece. Porque trabajo para vivir de lo que me gusta, sin importarme demasiado ganar más o menos. Porque me relaciono con las personas con las que me quiero relacionar, porque quiero y soy querido. Porque cuando me pasan cosas tristes elijo que no puedan conmigo y me amarguen la vida. Porque no me da la gana pasarme mi existencia mortal enfadado porque el mundo no es como yo quiero o porque me trata mal. En definitiva, soy feliz porque elijo serlo.
Dale algunos consejos a lxs jóvenes que lo están pasando mal (porque no se aceptan, no salen del armario y/o están sufriendo bullying)
Quiero empezar diciéndote que no necesitas el permiso de los demás para vivir, el permiso te lo das tú y nadie más. Si no te quieren, quiérete tú. Si no te respetan, respétate tú. No dejes jamás que te toleren: tolerar es darte permiso, mirarte por encima del hombro.
Si te hacen bullying, pide ayuda ¡Siempre! A los profesores, a tus amigos, a tu familia, a tus contactos en redes sociales, a tus ídolos de Instagram, a tu youtuber favorita… ¡A quien sea! Siempre habrá alguien que esté dispuesto a acompañarte en el proceso de denunciarlo, que para eso están las leyes. No estás solx. Denunciando te ayudas a ti y al resto de personas en tu misma situación, porque les enseñas que hay opciones y salidas. Pero, sobre todo, hazlo por ti.
Te vas a encontrar con malas personas, pero en el fondo son inseguras y egoístas, y te tratan mal porque les pones un espejo delante y se sienten amenazadas. Tienen miedo a lo diferente, es una cosa animal que no nos quitamos de encima como especie. Memoriza esto: es su problema, no el tuyo. Ellos son los débiles, no tú. Así que no les dejes convencerte de que eres su víctima cuando, en realidad, eres mucho más fuerte.
A los que no se aceptan o están en el armario, la decisión debe ser siempre suya. No hay que obligar a nadie. Pero chica, la vida es demasiado corta para perderla siendo otra persona, ¿qué necesidad?
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