Una historia sobre (auto)conocimiento, crecimiento y amistad. Si tuviéramos que hacerlo en pocas palabras, esta sería la mejor descripción para El club de los olvidados, el tercer trabajo literario de Jesús Barrio Caamaño (Santiago de Compostela, 1989).
Con una lectura amigable y fluida, el relato se centra en la trayectoria vital de un grupo de amigas y amigos que viven en el leonés pueblo de Sahagún y, especialmente, en la exploración personal de Nikki, un chico pecoso y gafapasta que muy pronto descubre que es gay y se ve empujado a conciliar su orientación sexual con la mentalidad colectiva de una comunidad que percibe a la diversidad sexual y de género desde los prejuicios imperantes a principios de los años 90.
Desde este punto, cada página nos lleva –quizás más a prisa de lo que gustaría– a una serie de hechos encadenados con las situaciones íntimas de Nikki, sus amigas y sus amores, mientras van enfrentando los efectos del bullying, la exploración de la propia sexualidad, las presiones del desempeño escolar y del futuro, la necesidad de migrar a las grandes ciudades y todas las decisiones que las y los adolescentes van tomando de camino hacia la adultez. De esta manera, el autor propone un viaje temporal de 26 años, los que introduce a través de una gran variedad de guiños de la cultura pop y la música icónica entre 1990 y 2016, además de los hechos sociales y políticos de mayor inflexión en la historia reciente de España.
Más allá de estas señas nostálgicas a una época que marcó la infancia y adolescencia de muchas personas (entre las cuales me incluyo), el gran valor de El club de los olvidados es que propone una experiencia atemporal. Quienes no hayan vivido esos años y, por lo tanto, lo que significaba crecer siendo LGTBIQ+ sin referentes ni con un claro mensaje de que Todo Mejora, pueden ver en esta novela un reflejo de sus luchas personales en contextos en los que todavía la cultura de la inclusión y el respeto es resistida. Por lo demás, las batallas de la pubertad y esas menos abordadas que arroja la adultez y, sobre todo, la centralidad de esa familia que se modela con las amistades, son invariantes del tiempo y el espacio que el libro aborda de forma entrañable.
Quizás por esta misma razón es que, en algunos momentos, las ganas de saber más detalles dentro de este relato coral chocaban con una menor profundización de otros hitos esenciales de la narración, especialmente en el caso de los viajes de identificación y aceptación de la orientación sexual de personajes en segunda línea.
Con todo, el autor da el espacio suficiente para abordar otras temáticas menos vistas, como la salud mental, las presiones sociales y personales por conseguir una pareja, los miedos y la necesidad de la soledad, etc. En pocas palabras, la obra condensa los diversos dilemas y conflictos a los que una persona, particularmente si es LGTBIQ+, debe dar cara con el fin de llenar ese espacio designado para escribir su propia historia.