No siempre es fácil decir que todo mejora. A veces, a la luz de experiencias extremas, se trata de una tarea muy difícil. Casi imposible apenas de pronunciarla. Y si bien es cierto que, en más oportunidades de las que nos gustaría reconocer, la misión puede acabar en el fracaso, lo importante es entender que siempre es posible. Que todo mejora, o todo puede mejorar, o que todo está mejorando, incluso tras las circunstancias más oscuras.
Eso es lo que, en parte, plantea Oh, ¡Feliz culpa!, la primera (y es de esperar que de muchas) novela de Iván León, editada por Egales. Se trata de una propuesta potente por diversas razones. Primero, porque se trata de 158 páginas de un testimonio novelado –en primera persona y a través de una prosa fluida, inteligente y sincera, acompañado de un prólogo excepcional escrito por Víctor Mora– de uno de los más terroríficos flagelos que aún enfrentamos como colectivo LGTBIQ+: las –siempre mal llamadas– terapias de conversión, esas aparentes sesiones de acompañamiento que, en realidad, son instancias de tortura física y psicológica (definidas así por Naciones Unidas) que se aprovechan del miedo y los dilemas personales de la autoaceptación para el más feroz de los adoctrinamientos.
Quien se interese por leer esta obra, no encontrará en ella muchos detalles sobre lo que sucede en esas reuniones. Y esa es, quizás, otra de las mayores fortalezas del relato: huir del morbo. La propuesta es la de un viaje personal, único e irrepetible, de un joven que no es excepcional, que no escapa de la media y que, por lo tanto, es reflejo de lo que somos la mayoría. Una constante y rica cavilación de experiencias y reflexiones que transitan entre el propio rechazo, el conocimiento personal, el deseo, las heridas, el crecimiento, la desconfianza y los descubrimientos de los afectos. De la liberación de los dogmas que oprimen la potencialidad creativa y emocionales de las personas.
Es también una novela potente porque habla de un fenómeno actual. Aquí lo encontramos situado en la ciudad de Alcalá de Henares y bajo el alero institucional de la iglesia católica, pero que también podemos hallarlo en la auténtica batalla legislativa y social que se está librando en Reino Unido a propósito de la aprobación de una ley que prohíbe este tipo de prácticas y de la que ciertos sectores trans excluyentes se han afirmado para mantener a las identidades trans en el limbo de la patologización.
Oh, ¡Feliz culpa! es, finalmente, un disparador a la reflexión. Sí, todavía suceden estas cosas en nuestros entornos, incluso los más cercanos. Sí, continúan esos intentos por “mejorarnos” tras décadas de despatologización en países como España, que detenta esa imagen de país inclusivo para la diversidad sexual y de género. Y sí, es vital seguir forjando instancias de denuncia y visibilización para iluminar aquellos rincones donde se pretende rasgar la esperanza de jóvenes LGTBIQ+ que solo pretenden conocerse mejor y quererse tal cual como son.
Por eso, es un imperativo que este libro, en su sencillez y su falta de pretensiones, se haga un espacio en las conversaciones familiares, sociales e institucionales como un insumo de importancia central para seguir avanzando en lo que nos falta. Para decir que todo mejora, a pesar de todo.