Hola, me llamo Laura, tengo casi 27 años, vivo en un pueblo cerca de Alicante y soy bisexual. Descubrí con 10 años que me gustaban las chicas; no obstante, no fue hasta que cumplí los 24 que me atreví a reconocerlo y a salir del armario. Aquí os dejo mi historia para que veáis que todo mejora.
Cuando tenía 10 años me enamoré de una niña por primera vez. Tenía 3 años más que yo e íbamos juntas a clase de ballet. En aquel momento no me pareció nada raro ni extraordinario, la gente se enamoraba y yo simplemente me había enamorado de aquella chica. Sin embargo, con el tiempo me fui dando cuenta de que, a mi alrededor, enamorarse de alguien de tu mismo sexo no era lo más común y que incluso había personas que se iban a reír de mí o a discriminarme por ello. Por tanto me lo callé y no dije nada. Tenía miedo de que la gente se enterase y me tratase de forma distinta y dejase de quererme por sentir atracción hacia las chicas. Nunca le confesé a esa chica lo que sentía por ella y hasta hace un par de años no fui capaz de contárselo a nadie.
Cuando tenía 12 años descubrí la palabra «lesbiana» y sentí algo de alivio. Pensé que lo que me pasaba no era nada malo porque había más chicas como yo, y que había descubierto la forma correcta de identificarme. Sin embargo, al poco tiempo comprendí que «lesbiana» no era la palabra adecuada para mí, ya que me gustaban las chicas, pero también me gustaban los chicos. También aprendí la palabra «bisexual», sin embargo siempre que alguien la pronunciaba, iba asociada a ideas y estereotipos negativos: los bisexuales no existen, son solo personas tan viciosas que les da igual una cosa que la otra; los bisexuales no saben ser fieles; los bisexuales no son de fiar; los bisexuales son personas confundidas; los bisexuales son gays que no se atreven a salir del armario o heteros que quieren llamar la atención… Debido a estas concepciones negativas, no podía identificarme en aquel momento como bisexual, porque no me veía reflejada en esas definiciones y porque no quería que nadie pensase que yo era alguna de esas cosas.
Me pasé toda mi adolescencia desesperada por entender qué me pasaba y sintiéndome una impostora por no contarle absolutamente a nadie que me gustaban las chicas. A todo esto se le unía que a los 11 años me intentaron violar y pensaba que, en cierto modo, me gustaban la chicas solo porque en el fondo tenía miedo de los chicos desde aquel día. Con el tiempo decidí enterrar esa atracción en el fondo de mi mente y me negué a mí misma que me gustaban las chicas. También intenté olvidar mi agresión sexual y actuar como cualquier chica heterosexual deseosa de salir con chicos. Esforzarme tanto por ocultar esas partes de mí solo consiguió que me convirtiese en una adolescente triste, callada, insegura y solitaria, con muy pocos amigos y con episodios depresivos que también luchaba por ocultar incluso a mi familia. Sobrevivir a esos años se me hizo muy duro.
A los 18 años conocí a mi ahora exnovio y, erróneamente, pensé que mis atracciones por el mismo sexo habían desaparecido definitivamente y que al fin me había «convertido» en una chica heterosexual normal y corriente. Pasé 6 años maravillosos con él, en los que aprendí muchas cosas sobre mí misma, los hombres, las relaciones y mi forma de ver el amor. Sin embargo, a los 23 años empecé a interesarme por el feminismo y el estudio de los géneros y la sexualidad humana en general, y leyendo, me di cuenta de que mi concepción sobre la bisexualidad siempre había sido errónea y que yo me sentía totalmente identificada con esas nuevas definiciones y testimonios que estaba descubriendo sobre la bisexualidad.
Finalmente, a los 24 años me atreví a reconocer que soy bisexual y se lo conté a mi entonces novio y a mi madre. Mi madre al principio se asustó y le costó entenderlo, pero con el tiempo se ha convertido en uno de mis mayores apoyos. Sin embargo, mi novio, que al principio parecía que se lo había tomado muy bien, con el tiempo empezó a tratarme de forma distinta y empezaron los problemas en nuestra relación. Al principio no le quise dar mucha importancia y pensaba que al final terminaríamos arreglándolo, como siempre, pero las cosas cada vez iban a peor. A pesar de lo mal que lo estaba pasando en ese momento, para mí salir del armario había sido como destapar un torrente de fuerza interior que no sabía que había dentro de mí, y perder el miedo a ser yo misma me hizo empezar a tomar decisiones más saludables para mí y a empezar a luchar por ser la persona que siempre había querido ser.
Empecé a ir a terapia para superar la depresión y mis traumas debido a la agresión sexual, dejé a mi novio porque la relación se estaba volviendo muy tóxica, dejé un trabajo que no me satisfacía en absoluto, empecé a recuperar relaciones con amigos de la infancia y la adolescencia que siempre habían sido importantes para mí, y empecé a hacer las cosas que realmente siempre había querido hacer y que no me había atrevido por miedo o vergüenza. Ahora estoy soltera y en el paro, pero me siento más feliz y con más fuerza que nunca, porque ahora he recuperado mi voz y mis ganas de vivir, sé lo que es bueno para mí y lo que no, y ya no me avergüenzo de lo que soy ni de lo que quiero. Ahora sé que de verdad todo mejora.
Gracias. Con mis 30 años estoy en proceso de enfrentar esto de otro modo, ya que se volvió un problema en mi juventud y adultez. Aunque la mayoría de mi círculo cercano lo sabe, quisiera asumirlo con más naturalidad, como ciertas personas que conocí recientemente. Aunque a la vez me siento limitada por mi profesión. La exposición y la discriminación me preocupan, porque la vivo desde adentro, desde mi familia.