Hace aproximadamente tres años que nuestro hijo (tenía entonce 19 años) nos dijo, a mí primero y luego a su papá, que era gay. No fue fácil y el impacto fue fuerte, pero afortunadamente el amor pudo más. Solamente lo abracé y, conteniendo el llanto, le expresé todo mi apoyo. Tuvimos un diálogo corto, pero rico. Pasaron los días y en mi cabeza seguía resonando aquel «Mamá soy gay». Los papeles se invirtieron, la angustia y la culpabilidad me ganaron y mi hijo pasó a ser mi contención. Vinieron las preguntas… el porqué, el cómo, el cuándo te diste cuenta y cómo yo, su madre, no me había percatado… Todas mis preguntas e inquietudes fueron respondidas por él, una a una, con gran paciencia. Poder hablar con él me daba mucha tranquilidad, pero no calmaba mi culpabilidad, a pesar de que me repetía una y otra vez que nosotros, sus padres, no éramos responsables de su condición sexual. Y aún quedaba hablar con mi esposo, pero le pedí a mi hijo que no lo hiciera hasta que yo no me sintiera lo suficientemente fuerte.
Pasaron los días y decidí que lo mejor y lo más sano era informarme sobre qué era la homosexualidad, sus causas, su proceso, etc. En realidad, tenía claro que nunca me había ocupado del tema y que, si bien no sentía rechazo hacia los homosexuales, tampoco había indagado en el asunto. Todos hablamos acerca de la homosexualidad y los homosexuales, y muchas veces con gran liviandad emitimos juicios duros y apresurados. Así vinieron los días de consulta a psicólogo, psiquiatra, sexólogo y, por supuesto, que también cayó en la redada Internet (leí, leí, leí, leí, me puse en contacto por escrito con grupos de padres con hijos gays, etc.). Lentamente, mi mente y mi corazón se fueron aclarando y así llegó el momento de hablar con su papá. Mi esposo lloraba amargamente, pero qué alivio cuando le escuché decir: «Es mi hijo, es excelente hijo, buena persona, buen estudiante y lo quiero porque es mi hijo».
Con el tiempo conocimos a su pareja, su primera pareja. Estoy escribiendo esto y me sonrío. Por aquellos días para mí todo era asombro. ¿Qué creemos nosotros, los heterosexuales, que son una pareja de gays? Por lo visto en mi cabeza existía la idea de que eran bien diferentes a los heterosexuales. Nada más alejado de la realidad. Día a día pude ir comprobando que eran una pareja, realmente una pareja, y que los unía el afecto, el respeto, los gustos comunes, etc., igual que a los heterosexuales. ¡Vaya descubrimiento!, pero para mí lo fue.
Afortunadamente los momentos más difíciles ya pasaron. Siempre tuve claro que no quería perderme la posibilidad de disfrutar del crecimiento personal de mi hijo ni de su compañía, y en esa dirección traté de llevar adelante mis palabras y mis acciones. Somos padres y, como tales, opino, debemos comportarnos. Es nuestro deber hacer el esfuerzo por comprender y guiar a nuestros hijos, aunque esa actitud nos implique revisar o rectificar nuestro pensamiento. También es nuestro deber respetarlos y hacer que ellos nos respeten, pero para ello creo que es necesario permitirles ser ellos mismos y no pretender que sean una extensión de nuestros sueños o una reivindicación de nuestras frustraciones. Por eso me atrevo a sugerirles a aquellos padres que atraviesan una situación semejante a la que nos tocó atravesar a nosotros, que no pierdan a sus hijos, nada hay más importante que ellos. Que no se pierdan el verlos felices. Que valoren el coraje que tienen al querer vivir de acuerdo a lo que son, homosexuales, y también el coraje y la confianza que tienen en nosotros, sus padres, al contarnos su situación.
Y a los jóvenes homosexuales, que no desistan de vivir de acuerdo a su condición. Creo que el límite de lo que es bueno o malo, de lo que es moral o inmoral está, justamente, en vivir una vida digna y en no causar daño a otros seres humanos. Buscar ayuda siempre que sea necesario, reconocer que todos los seres humanos en cualquier momento de nuestras vidas necesitamos de un apoyo, porque no siempre podemos solos. Sincerarse con alguien de su confianza, padres, amigos, profesionales, etc., libera. Y tener paciencia, mucha paciencia, en caso de que decidan contárselo a sus padres, porque como en mi caso, los papeles se pueden invertir. También es bueno aconsejarles a sus padres que se informen y recomendarles lecturas o páginas de Internet que sean serias y confiables.
Con el deseo de que ninguno baje los brazos porque tu vida va a mejorar, IT GETS BETTER…
Rosa
Uruguay, Montevideo