Con estas líneas quiero hacer partícipe al lector de lo que una persona homosexual sufre en su realidad cotidiana, por el simple hecho de no ser “como los demás”. No quisiera desanimar al lector homosexual que esté pensando en salir del armario, pues ese hecho es un acto de heroísmo y valentía que le honra como tal. Pero siempre nos vamos a encontrar con personas de nuestro entorno, de nuestra familia, a las que nuestra salida del armario no les agrade. A pesar de todo, os animo a ser ustedes mismos, porque no hay nada mejor, les guste o no a los demás.
Con este relato no quiero pecar de victimista, tan solo relato los hechos como persona acosada, maltratada y humillada que fui por los compañeros del centro escolar donde me tocó iniciar mis estudios de Educación Secundaria Obligatoria. Una persona heterosexual difícilmente entenderá lo que significa que te maltraten por tu condición sexual.
Hace algunos años, digamos que era muy joven, pero lo suficiente maduro como para discernir entre la atracción por un hombre y una mujer, notaba y veía como algo normal mi decantación por el género masculino. Siempre he crecido con una homosexualidad mentalmente aceptada, no me paraba a pensar si aquello que sentía estaba bien o mal, porque de hecho no ha de estarlo de ninguna de las maneras, es una cosa completamente normal y natural, neutra desde mi punto de vista.
En aquellos años, los últimos de colegio fueron horribles: maltratos, vejaciones, violencia… todo ello ante los ojos de los adultos que no proferían ningún tipo de castigo contra aquellos que ejercían tales acciones contra mí, ya que lo veían como “cosa de niños”, sin prestarle la más mínima importancia ni al hecho en sí, ni a las repercusiones en mi persona. Con esto no quiero acusar a nadie de nada, es algo que pasó y cuyo recuerdo se ha ido diluyendo en el tiempo y en la distancia, pero aún así nadie debería pasar por lo mismo.
Con el tiempo, ves como parte la sociedad no trata bien a los homosexuales. Sino más bien, hacen todo lo posible por ridiculizarlos o dejarlos en la más absoluta miseria social y personal, llamándoles de todo. En mi caso lo consiguieron, no voy a mentir. Pasé de ser un chaval agradable y simpático, a estar recluido siempre en mi habitación y de mal humor. La sociedad te empuja a creer como nocivo aquello que realmente no lo es. Si no estás dentro de unos parámetros que arbitrariamente se han establecido como normales, no cumples los requisitos para formar parte del grupo y te marginan, confundiendo tus sentimientos y tus propios pensamientos, haciéndote creer culpable por ser diferente.
Mi despertar o resurgir de ese largo letargo que supuso los primeros cursos de la Educación Secundaria Obligatoria, vino en el Instituto. Podríamos decir que todo comenzó allá por septiembre de 1997, momento en el que cambié de centro educativo y de residencia habitual. Los nuevos compañeros en su mayoría eran de una edad superior a la mía, debido a que habían repetido varios cursos.
No solo me humillaron, sino que me golpearon y vejaron en público ante la pasividad de los docentes. Forjé un sentimiento de rechazo hacia una sociedad cada vez más tolerante con los derechos LGTB, yo no supe verlo en su momento y me recluí en mis propios pensamientos absurdos de inferioridad y de desgracia personal.
Llegado aquel momento, yo no era consciente de mi homosexualidad como tal, es decir, no le había puesto nombre al hecho de que a mí me gustaran los hombres, algo que había visto muy normal desde siempre. Recuerdo en Primaria la atracción por algunos compañeros, lo mismo que a las niñas les gustaba el guapo de la clase, a mí también… y desde bien pequeñito. Pero al llegar al nuevo centro educativo mi concepción sobre ello cambió de forma radical.
Ahí comenzó mi calvario, obligándome a reprimir mi verdadera identidad en mi coraza, con el fin de sobrevivir en un ambiente cruel y hostil, con personas carentes de empatía. Es curioso que en ningún momento dije que me gustaran los hombres, aunque quizás me delataron mis gustos. Era muy niño como para hablar de ello en ese momento, pero ellos supieron ver más allá de lo que yo decía. Comenzó ahí un periodo de crecimiento personal muy rápido. Me hicieron pensar que el hecho de ser homosexual era caer en lo más bajo y pertenecer a la inmundicia social, mientras que los heterosexuales eran más provechosos y normales, sobre todo, aceptados.
Aquellos dos años fueron un verdadero tormento en todos los sentidos. Comenzaba mi adolescencia entre presiones, dudas e incertidumbre, sin saber si el hecho de ser homosexual era malo o no. Pero lo cierto es que me hacían la vida imposible por el simple hecho de ser diferente y no encajar en los estereotipos que ellos tenían predefinidos.
Comencé a ver mi homosexualidad como un impedimento para ser normal, ya que era algo que solo podría causarme problemas. Todo esto lo viví en soledad, nunca dije nada a mi familia ni a ningún amigo, por el simple hecho de que no tenía amigos.
Junto con mi homosexualidad, estaba también mi síndrome de Tourette que en aquella época aún no me había sido diagnosticado, ello provocaba risas entre los compañeros que no entendían el porqué de mis tics; de hecho, ni yo mismo lo entendía. Simplemente trataba de no retorcer el cuello o aguantarme las ganas, y después a solas sacudir la cabeza tan fuerte como podía, sin que nadie me viera.
Al comienzo me amenazaban con decirle a mi familia que era maricón o bien me amenazaban con que me iban a pegar fuera del colegio. Normalmente me insultaban delante de todos los profesores, los cuales les mandaban callar ya que no podían dar clase. Me maltrataron muchas veces, tanto física como psicológicamente, y ni un solo profesor mostró nunca el más mínimo interés por saber lo que me pasaba y, para una vez que me armé de valor y conté lo que me hacían, un profesor me dijo que eso era cosa de niños, que no se podía hacer nada, pero las guantadas me las llevaba yo, no ellos. Es muy fácil verlo desde fuera, pero una vez que lo vives, no se olvida nunca. El miedo a asumir mi homosexualidad se hizo más fuerte en esos años, yo no quería ser homosexual bajo ningún concepto.
Durante esos dos largos e interminables años, me volví más frágil e inseguro que nunca. Para compensarlo, construí un mundo interior rico en fantasía, alejado de la triste y fría realidad que me había tocado vivir, refugiado en mis propios pensamientos.
En 1999 cambié de centro educativo, pero el daño ya estaba hecho. Me convertí en una persona solitaria e insegura, que solo encontraba seguridad con los adultos, los que no se reían de mis tics y no me decían nada de mi homosexualidad. Mi vida social simplemente no existía. Ese mismo año, el día que fui a echar la matrícula, tuve un pensamiento que aún hoy recuerdo con gran cercanía en el tiempo a pesar del transcurrir de los años: “la de tíos que habrá aquí”.
Durante esos años traté de ser quien no era, un chico tímido y heterosexual con problemas para tener relaciones sociales, que siempre se encontraba fuera de lugar. Recuerdo que me inventé que me gustaba una compañera del instituto y realmente a mí me gustaba el mismo chico que a ella… pero tenía que disimular ante la familia. Tenía miedo de la reacción de los demás ante mi homosexualidad y, quizás, tuviera miedo de mí mismo. Trataba de no tener pensamientos homosexuales, para ello recurrí inconscientemente a la compra compulsiva, la cuestión era desviar esos pensamientos hacia otros derroteros, con una simple goma de borrar, un cuaderno…, algo que me distrajera de esas ansias de libertad que tanto anhelaba, aunque quizás, no se puede anhelar algo que nunca se ha tenido y que con el paso de los años sí conseguiría.
Lo más duro llegó en el último curso de la ESO, pues me gustaba un compañero que era guapísimo y muy simpático. Más de una vez salí con él y algunos de la clase, nuevamente fingiendo que me gustaba una chica del grupo. Pero a mí quien realmente me gustaba era él. El curso siguiente continuamos juntos en clase, pero mi atención hacia él disminuyó, nuevos compañeros pululaban por mis pensamientos.
El Bachillerato fue el momento más duro: nuevos compañeros, más madurez, pero aún así trataba de ocultar mi homosexualidad a toda costa. No sería hasta las navidades de 2002 cuando realmente le puse nombre a ello, tras haber escrito en verano, en un cuaderno que mis primos leyeron, “creo que soy gay”. Aquello corrió como la pólvora, de ahí que no quisiera volver nunca más de vacaciones a Valencia.
Lo más importante de esta etapa es que ya era plenamente consciente de que era homosexual, pero no quería defraudar a mi familia y conocidos. Creía que el ser gay era una desgracia, me consideraba menos persona, inferior a los demás. Aquellos dos años en que las humillaciones fueron constantes aprendí a refugiarme en una heterosexualidad aparente, que para nada se correspondía con mi realidad interior, es decir, creé dos realidades paralelas: en una era homosexual reprimido, y en la externa o pública era un joven heterosexual sin suerte con las mujeres. Aquello me sirvió unos cuantos años, mientras iba postergando mi salida del armario.
La relacion con mi familia era normal, aunque es verdad que evitaba hablar con ellos acerca de sexo o de cualquier tema que pudiera comprometerme, evadiéndome para ello en mi habitación. ¡Bendita sea la conexión a Internet! Ello me permitió estar más tiempo aislado de ellos. Incluso llegué a buscar test para saber si era homosexual. Mi principal pregunta era sobre mi salida del armario: ¿qué pensarían? Mi vida se vendría abajo, habría de comenzar de cero, pero realmente lo que sentía era miedo a la sociedad.
Cada vez más aislado, con más tics. No voy a relacionar mis tics con la homosexualidad, porque obviamente no tiene nada que ver una cosa con la otra, pero sí que influye el estado anímico con ellos, y ciertamente entre 2002 y 2004 fueron más fuertes, especialmente en 2003 cuando comencé en una nueva academia de inglés, donde uno de los compañeros era muy guapo y me llamaba la atención. Empecé a llegar cada vez más tarde por varias razones: la primera, para que no me vieran sacudir la cabeza ni olfatear fuerte; la segunda, para estar menos tiempo con la gente, pues me sentía incómodo en un habitáculo rodeado de personas.
Resumiendo, no sería hasta 2011 cuando, después de un largo proceso de asimilación y maduración de mis pensamientos, por fin salí del armario. A comienzos de ese año, instalé WhatsApp en mi teléfono. Meses atrás había conocido a un hombre homosexual de otro país y entablamos una buena amistad que hasta hoy perdura. Hablábamos de muchas cosas, desde sexo hasta nuestro día a día. En paralelo, poco a poco comencé a mostrar mis sentimientos hacia otros hombres, principalmente a través de la Red. Es más fácil mostrar tu lado oculto hacia los demás a través del anonimato que nos brinda Internet.
Poco a poco él se ganó mi confianza y, como buen psicólogo que es, supo ver desde un principio mi homosexualidad encubierta, aquella contra la que luchaba con todas mis fuerzas, huyendo de mi realidad. Recuerdo que un día le dije que me gustaban los hombres, que es algo que ocultaba a todo el mundo, pero que muchos intuían al igual que él. En absoluto se sorprendió de mi confesión. Esa fue la primera vez que me afirmaba en mi condición sexual.
Ese mismo día tenía cita con el médico que me trataba de mi Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC) y de mi Síndrome de Tourette. Aún recuerdo el frío que recorría mi cuerpo cuando le dije: creo que parte de mis problemas derivan de que hasta ahora no he aceptado que me gustan los hombres, que soy gay.
Esa misma tarde a la salida del médico llamé a mi mejor amigo y le comenté cómo me había ido en la terapia y que me había dicho el médico que posiblemente tuviera dudas sobre mi sexualidad… Aquello ya lo sabía yo, pero más que dudas, era el no haber aceptado lo que soy, mi verdadera identidad.
Al día siguiente por la mañana me senté junto a mi madre en el sofá y le dije: Mamá, ¿sabes por qué no tengo novia? Porque me gustan los hombres. Mi madre se mostró sorprendida, pero a la vez satisfecha. Ella ya lo sabía desde hacía mucho tiempo. Realmente pienso que las madres lo saben desde siempre, incluso antes de que nosotros le pongamos como hombre “homosexualidad” a nuestra tendencia sexual. Justo después llamé por teléfono a mi amigo y le dije: Ya se lo he dicho, soy gay.
A partir de entonces comencé a vivir fuera del armario. No he tenido problemas con nadie, tan solo un familiar homófobo que la última vez que me vio me dijo: “Tienes que seguir la línea recta, echarte una novia y casarte”. No entraré en más detalles, pues no merecen ni una línea más sus comentarios absurdos acerca de la homosexualidad, la cual supongo que considera como una enfermedad.
Desde que vivo fuera del armario, percibo y experimento la vida de otra manera. Atrás quedaron aquellos momentos de maltrato, esos amargos recuerdos que se van diluyendo en mi memoria con el transcurrir de los años. Ahora vivo mi homosexualidad públicamente, ya no me escondo y he aprendido que las personas que realmente quieren acompañarte en este largo paseo que es la vida, lo van a hacer, seas gay o heterosexual, y que te querrán como eres.
No hay nada mejor que vivir en plenitud con uno mismo.
Extracto de un texto de Lucas Jurado Marín, historiador y escritor LGTB