Salí del armario ya mayor. Tarde para algunos, pronto para otros. Para mí ocurrió en el momento en que tenía que ocurrir.
Siempre supe que era diferente, pero no fue hasta bien entrada la adolescencia hasta que pude ponerle nombre a lo que sentía: era gay y no había nada que pudiera hacer al respecto. Bueno sí, ocultarlo y ser infeliz el resto de mi vida. Crecí en una familia muy tradicional y muy católica, donde todo lo que se saliera de lo estándar era considerado malo, negativo o perverso. Mis padres eran muy amorosos y nos daban mucho amor, pero teníamos que responder siempre dentro de los cánones que se habían establecido para nosotros.
Mis años de colegio no fueron malos. Siempre conté con buenos amigos y amigas (más ellas que ellos), pero igualmente fui víctima de acoso. Un acoso, eso sí, que jamás pasó de comentarios como “maricón”. Nunca me persiguieron en la calle ni me golpearon ni me amenazaron. Igualmente se sufre este tipo de bullying, pero me siento muy afortunado, sobre todo después de escuchar las historias de otras personas que lo han pasado realmente mal.
Si bien mi vida escolar no fue una experiencia traumática (al menos no lo siento así), fue difícil intentar encajar mis sentimientos en las expectativas de mi familia. Durante mi adolescencia y mis años de universidad, jamás pude sentir lo que era ligar, enamorarse, sufrir o amar. Todos esos sentimientos quedaron postergados, ocultos, incluso hasta en mis primeros años trabajando y viviendo solo… hasta que no pude más.
A los 27, cuando ya tenía un piso, un trabajo estable y muy bueno, cuando se supone que lo tenía todo, dejé Chile para venirme a España por dos razones principalmente: una, porque no podía vivir más una mentira y en un entorno donde no me sentía aceptado; dos, porque conocí a un chico por Internet. Dejé todo atrás y decidí empezar de nuevo aquí.
Al llegar, me di cuenta de dos cosas: por más que me cambiase de país, no podía dejar atrás la mentira en la que vivía hasta que yo no decidiese decir la verdad; y la historia con el chico duró dos meses. ¿Qué haría entonces? Pensé en regresar y continuar como estaba, pero finalmente me decidí a quedarme y a enfrentar con valentía mis miedos. Me vine a Madrid y, un mes más tarde, cuando ya en mi cabeza resonaba la idea de que me iba a quedar solo (esas historias que uno se pasa y que solo ocurren en nuestras cabezas), conocí a quien, años después, se convertiría en mi marido. Era julio de 2004.
Durante mucho tiempo me había ocultado de los demás. Fue extraño comenzar a compartir mi vida con un hombre y no esconderme. Sus amigos me conocían como Tomás, el novio de…, pero en Chile todavía seguía siendo Tomás a secas. Mis padres solían preguntarme, pero yo siempre respondía con evasivas. Recuerdo como todavía reaccionaba con miedo cuando compañeros de trabajo me preguntaban si era gay. Mi respuesta era no. La había ensayado durante muchos años y era la que salía de forma natural. Tuve que hacer un esfuerzo para cambiar.
Mi salida del armario fue larga. Primero, fueron algunos amigos de la Universidad quienes lo supieron y con quienes compartí mi vida. En 2005 se lo conté a mi primo la primera vez que fui a Chile. Ese viaje quise decírselo a mi mejor amiga, pero tuvimos un pequeño malentendido y postergué la conversación, aunque se lo conté al poco tiempo por chat. Así lo fui haciendo, entre llamadas de teléfono, visitas y por Internet. Pero faltaba mi familia, el núcleo cercano.
Después de un primer viaje de mi hermano a Madrid y un intento frustrado por contárselo, vino otra vez en 2010. Se lo dije de forma violenta y poco amable a causa de los nervios, pero él, tranquilo y sereno, me dijo que estaba todo bien. Me animó a contárselo a mi familia y, después de varias conversaciones, quedamos en que él les entregaría una carta que yo tenía escrita hace muchos años, lista para enviar, pero que nunca había salido porque no encontraba el valor para hacerlo.
Se la llevó, pero su regreso a Chile coincidió con el terremoto de 2010, uno de los más intensos de la historia, muy cerca de donde viven mis padres. Por supuesto, pensé que mi carta quedaría guardada durante mucho tiempo. Los accesos no eran fáciles y había 250 kilómetros entre mi hermano y el resto de mi familia, y la verdad es que a los pocos días me olvidé de ella. Hasta que una noche en la que cenaba con mi novio y una amiga, me escribió mi hermano diciendo que mis padres estaban leyendo la carta.
Mi corazón se detuvo y volvieron a mí todos los miedos pasados. Me temblaban las manos y la voz. Por un lado, sentía un alivio profundo y, por otro, una tensión tan grande, que dolía. Todo, hasta que sonó el teléfono y oí la voz de mi hermana diciendo lo mucho que me quería. Después se puso mi madre y, entre sollozos, me dijo que ella siempre lo había sabido y que nada cambiaría su amor por mí. Mi padre tardó un día más, pero él siempre ha sido menos impulsivo y mucho más cerebral. En todo caso, su mensaje fue más o menos el mismo.
A partir de ahí, mi vida fue a mejor. ¡No hay nada como salir del armario! El miedo desapareció de forma instantánea, junto con todas las barreras de protección que había creado a mi alrededor. Al poco tiempo fui a verles y aproveché de hablar con ellos sin temor, respondiendo a todas sus dudas y, sobre todo, poniéndonos al día de todas las cosas que teníamos pendientes porque nunca me había atrevido a decirlas. Fue un viaje absolutamente necesario.
Al año siguiente ya fui con mi novio y ellos nos recibieron con los brazos abiertos. Celebramos las Navidades, nos fuimos de vacaciones y visitamos a toda la familia. Para ellos fue su salida del armario definitiva, porque celebraban sus 40 años de matrimonio con toda la familia y no quedó más remedio que contarle a todo su entorno que yo era gay. Yo lo había hecho con el mío, pero ellos todavía no lo habían hecho.
Ahora la relación entre nosotros es mucho mejor. Más sincera, más abierta y más sana. Al estar en paz conmigo mismo, pude avanzar. Me siento mejor conmigo mismo y con los demás. No tengo miedo a expresar mis sentimientos ni a decirle al mundo que estoy junto a un hombre maravilloso. Nos casamos en noviembre del año pasado después de más de 11 años juntos y no hay nada que me haga más feliz que presentarlo como mi marido.
Después de esconderlo durante tanto tiempo, era hora de salir del armario por la puerta grande. Mi historia, como ves, es una clara muestra de que, al final, todo mejora. It gets better!
Tomas me hiciste llorar, que conmovedor tu relato, me alegro mucho por ti que hayas decido ser feliz, la sociedad es tanta veces injusta, sin embargo son las personas que se ponen trabas, cuando uno decide vivir la vida y ser feliz no hay nada que se oponga, y lo demás va cediendo solo, en cuanto a lo que dijo tu madre que ya lo sabia, es cierto las madres tenemos ese don para ir mas allá, mi hijo es gay y siempre lo supe, también me lo contó con una carta a los 19 años, yo la leí se me salieron las lagrimas no por ser él gay sino porque sabia lo que estaba sufriendo, lo abrace y le dije hijo te amo y te acepto tal cual eres. El tambien quiere emigrar a España, somos de Venezuela y pronto estaremos por alla. Un beso y un abrazo para ti y tu pareja, y sigue escribiendo, que tu msj llegue a muchos.